Concepción Arenal, una revolucionaria del siglo XIX
- Admin
- 8 mar 2018
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Hoy, 8 de marzo, con motivo del Día Internacional de la Mujer vamos a dedicar este espacio a una mujer que fue una de las precursoras del feminismo en España, Concepción Arenal. Nacida en Ferrol (Coruña) en 1820 fue también una funcionaria de prisiones licenciada en Derecho, escritora y periodista. De padre militar y firme defensor del liberalismo, Concepción aprendería de su padre a mantener firmes sus convicciones. A lo largo de su vida, Concepción Arenal denunció la situación de las prisiones de hombres y mujeres, la mendicidad, casas de salud y la condición que tenían las mujeres en el siglo XIX.
Defensora de los derechos de las mujeres, era consciente de la situación de la mujer en la cárcel, algo que en la época significaba para la mujer que delinquía una pena aún más grande que la propia condena, ya que muchas tenían que pasar por esa situación solas y repudiadas por la sociedad. Sólo unas pocas mujeres como Concepción Arenal o Clara Campoamor dieron voz y consuelo a esas mujeres doblemente castigadas. Concepción Arenal ha sido también homenajeada en el cine, en el documental “Concepción Arenal, la visitadora de cárceles”, ya que visitaba las cárceles españolas atendiendo a aquellas mujeres que lo necesitaban.
Según FERNÁNDEZ DE CASTRO, María Manuela (Visión arenalista de la delincuencia, 1993), “Concepción Arenal se preocupó y ocupó de los delincuentes, pero también lo hizo por el niño, la mujer, el enfermo, el viejo, el pobre y el menesteroso. La obra arenalista refleja una amplia problemática social que tiene como denominador común la marginación social.” Según Fernández de Castro, Concepción Arenal tenía también su propio concepto de “delincuente”, que afirmaba que “aún en los casos extremos de grandes criminales, exceptuando los casos patológicos, suelen encontrarse en éstos los rasgos básicos humanos que hacen de ellos unas criaturas racionales, es decir, responsables.” La propia definición de delincuente de Arenal ya muestra su humanidad y su gran comprensión y empatía por el ser humano, lo que no quiere decir que creyera que “el hombre sea bueno por naturaleza” como diría Rousseau en su momento, y tampoco sería malo por naturaleza, sino que “los buenos y generosos sentimientos son naturales en el hombre y los malos y mezquinos también. Todo hombre lleva en sí el riesgo de orientarse en uno u otro sentido, el camino que puede tomar va a depender de la interacción de dos grupos de factores y de la propia responsabilidad. Algunos de los grupos de factores tienen su origen en la naturaleza, otros en el medio socio-cultural (tales como la influencia militar).”Arenal tampoco creía en la influencia de los factores hereditarios para convertirse en delincuente, todo lo contrario a lo que pensaba Lombroso con sus teorías deterministas sobre el criminal nato.
Una de sus obras, Carta a los delincuentes (1865) nace de las experiencias personales de Arenal en las visitas que realizaba a las prisiones. Dicha obra trata cuestiones como la necesidad de reformar el Código Penal, algo que provocó su cese inmediato (Ayala Aracil, MªA, Universidad de Alicante).
En la Carta IV A las corrigendas de Carta a los delincuentes (1865), Concepción Arenal se dirige a las mujeres que han delinquido a modo de voz amiga, podría decirse que hasta de madre, en la que no trata de eximirlas de pena por no creer en la bondad como característica inherente de las mujeres en general (ni de los hombres), pero sí explica como la mujer, al poder cometer un delito como el que puede cometer un hombre, acaba siendo igual de culpable que él, igual de “repugnante y odiosa”, ya no por su género en sí, sino por la comisión del propio delito. A las mujeres, a las que se considera dulces, buenas, amables y débiles por naturaleza reciben un doble castigo al ser sentenciadas por cometer un delito que se supone “de hombres”. Arenal describe esto de un modo poético:
(…) Todas estáis igualmente necesitadas de que una voz amiga, pero severa, os explique en qué faltasteis, por qué sois castigadas, y cómo podéis borrar las huellas de vuestra falta recibiendo la pena como una penitencia merecida. Pero si el legislador os asimila a los ancianos, mujeres reclusas, y teniendo compasión de vuestra debilidad os trata con más blandura, ¿no deberé yo hacer entre vosotras y los hombres alguna distinción como la que hace la ley? La hago con mi corazón, y si en mis cartas anteriores, si en las siguientes, halláis algunas frases que os parezcan duras, que no pueden aplicarse a vuestra prisión, ni hallan eco en vuestra alma, en vez de pensar: nos creen peores de lo que somos, decid: eso se ha escrito para los hombres. Yo no creo, como vulgarmente se cree, que la mujer que llega a ser mala es peor que ningún hombre, porque sé que hay hombres que llegan con su perversidad hasta un punto en que se puede decir: no hay más allá. Si alguna de entre vosotras puede competir en maldad con los hombres malvados, es bastante para que sea un monstruo y el oprobio de su sexo. En la mujer choca más el mal porque se espera menos. Ha recibido de Dios más ternura, más compasión, más afectos benévolos, más disposición a sufrir resignada, a olvidarse de sí propia, a sacrificarse por los demás, y su mano débil, y su corazón amante, y su horror a la sangre parecen decirle: has nacido para verter lágrimas sobre los dolores que consueles. Así, el mal en la mujer choca, sorprende, asombra; los mismos vicios o crímenes son en ella más repugnantes y odiosos que en el hombre, y por eso cuando llega a ser tan mala como él, parece infinitamente peor. De tal modo está organizada para amar, para compadecer, para consolar, para huir de los medios violentos, que si el hombre criminal infringe una ley santa, la mujer parece infringir dos, la de Dios y la de su organización. Así, la mujer que es tan mala como el hombre, es más repugnante; no lo olvidéis, hermanas mías, tenéis en vuestra naturaleza menos medios de ser malas, más elementos para ser buenas, y por consiguiente, mayor obligación de serlo. Los hombres, que cuando sois perversas os miran con desprecio y con horror, no hacen sino anticipar el juicio de Dios, que será con vosotras muy severo. —¿Qué has hecho, dirá el Señor en el día de la justicia, qué has hecho, mujer criminal, de los altos dones con que había enriquecido tu alma? ¿Cómo has convertido en dureza la ternura de tu corazón? ¿Cómo se han vuelto maldiciones y blasfemias las dulces palabras que había puesto en tus labios? ¿Cómo has suplido la debilidad con la astucia, y no pudiendo vencer el santo horror que te di de la sangre, has suplido con el veneno el hierro homicida? ¿Cómo has secado en tus ojos las lágrimas de la compasión, haciendo verter tantas, cuando te había mandado al mundo para enjugarlas? Caiga sobre ti mi justicia, mujer perversa, y maldita seas por los siglos de los siglos—. (…)
En 1869 publicó otro de sus obras feministas, La mujer del porvenir, un libro que defendía el libre acceso de la mujer a la educación, desechando por completo las teorías que promueven la superioridad del hombre en función de criterios biológicos. Posteriormente surgirían otras obras como La mujer trabajadora o el Estado actual de la mujer en España. La autora apoyaba la lucha de la mujer que ha de afirmar su personalidad, defender sus derechos y su dignidad, no siendo sólo su misión la de ser esposa o madre.
En general, todas sus obras fueron dirigidas a la igualdad y la lucha por los derechos sociales. Una feminista revolucionaria que murió, pero que cuya lucha aún sigue en marcha.

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